Osvaldo Soriano, la pluma negra que mejor describió a San Lorenzo

Osvaldo Soriano rehízo con su prosa los goles que no gritó como jugador. Se definía como “un nueve torpe pero goleador, capaz de agujerear la red o desmayar a un perro”. Soñaba con imitar a Luis Artime para acompañar a José Sanfilippo en la delantera, aunque vistiendo la azulgrana. Soñaba, aunque dormía de día y vivía de noche. Soñaba porque cumplir sus fantasías era, para él, el éxito verdadero. “El único éxito es nuestra felicidad”, insistió durante una entrevista televisiva con Pacho O’Donnell, un año antes de elevarse para siempre.
Dos pasiones sostenían la vida del Gordo. Una eran los gatos, que lo rodeaban cada vez que las teclas de la máquina de escribir musicalizaban sus madrugadas. “Un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo”, dijo alguna vez. Pero no fueron los únicos que lo acompañaban. Al amor por San Lorenzo, el otro pilar, lo construyeron las quimeras que van a levantar en Boedo el tercer estadio. “Ser de San Lorenzo es un interminable sobresalto, una carga que se arrastra en la vida con tanto desconcierto y orgullo como la de ser argentino”, describió, poniéndole palabras a los sentimientos inexplicables.
📖 Sus novelas cautivaron al mundo e hicieron de Osvaldo Soriano uno de los escritores fundamentales de nuestra historia. Hoy, a 78 años de su nacimiento, leerlo sigue siendo indispensable.
💙❤️ Cuervo ilustre, interpretó este sentimiento como pocos. ¡Sos eterno, Gordo querido! pic.twitter.com/hRYvVwZohJ
— San Lorenzo (@SanLorenzo) January 6, 2021
Soriano nació el 6 de enero de 1943 en Mar del Plata, aunque sus primeras ideas surgieron en Alto Valle tras un buen tiempo en San Luis. Fue en Cipolletti donde mostró su versión como futbolista que luego trajo cientos de historias. No encontraba en la lectura el placer que años después les regaló a sus admiradores: en su casa con suerte había alguna edición del Martín Fierro y los clásicos del colegio, a los que terminó odiando. Los odiaba como a las obligaciones. Se quejaba de Cervantes o de Sarmiento: la diversión, para él, pasaba por el fútbol.
Tardó, el Gordo, en encontrarse con su vocación. Tardó y no se notó, porque descubrió la fórmula para “cruzar los tiempos” y cambiarles las fechas a los recuerdos de otras épocas. No renegaba de su pasado, pero se prohibía mostrarlo. “Tenía 20 -reveló en una entrevista de 1996- cuando trabajé en una fábrica de motores de autos en Tandil. Allí escribí Trabajando de sereno, uno de mis primeros cuentos ilegibles e imposibles de mostrar. No los he guardado… Después uno se muere y se publican cosas atroces”.
Su despegue comenzó en aquella época en la que decidió mudar sus planes a Tandil, la tierra de su mamá. Primero fue periodista, luego escritor y periodista, y después siguió siendo periodista. Era tímido, pero sus ideas hablaban. Y llegaron a retumbar en todo el mundo. Lo hicieron en 1973, cuando publicó Triste, solitario y final, su primera novela que luego fue galardonada con el Premio Casa de las Américas en Cuba.
El golpe de Estado de 1976 lo obligó a exiliarse en Bruselas (Bélgica) y luego estuvo en París hasta 1978. Ya había alternado entre las redacciones del diario El Eco de Tandil, la revista Primera Plana, Semana Gráfica y La Opinión cuando se unió a Julio Cortázar en Francia para denunciar las atrocidades militares a través de la publicación mensual de Sin censura.
El regreso de la democracia lo llevó de vuelta a Buenos Aires, donde publicó No habrá más penas ni olvido, Cuarteles de invierno, A sus plantas rendido un león, Una sombra ya pronto serás y El ojo de la Patria, por citar algunas. Su trabajo silencioso hizo tanto ruido que lo convirtió en uno de los escritores más influyentes de Latinoamérica y lo consolidó como uno de los primeros best sellers argentinos.
Al Gordo le costaba hablar de sí mismo. No quería definirse, pero cuando escribía de San Lorenzo los que hablaban eran sus propios sentimientos. Sufría cada domingo por teléfono -según contó en El Gráfico- cuando llamaba al periodista Eduardo van der Kooy a la redacción de Clarín para conocer los resultados de todos los partidos. Pero aquel hábito se empañó en ese tormentoso 1981 cuando, asustado, escuchó lo que no quería. “Te comprendo, están en la B”, le dijo el reportero. Y el aire se cortó para siempre. Pero la campaña del año siguiente le devolvió la fe.
Aunque no pudo volver a ver el estadio en Boedo, fue el único que disfrutó en vivo dos veces el gol más rápido de la historia, al que Sanfilippo convirtió en el Gasómetro. “Casi me pongo a llorar. El Nene había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más para que yo pudiera verlo”, le contó a Eduardo Galeano a través de una carta en la que relató su visita al Carrefour de Avenida La Plata, que ya no existe.
Osvaldo Soriano partió el 29 de enero de 1997, con sus jóvenes 54 años y un legado inmenso. Un maldito cáncer de pulmón lo empujó a seguir plasmando sus sentimientos a la derecha de Lorenzo Massa y de los Carasucias que se fueron hace un buen tiempo. Todavía hay noches en las que no duerme, porque en las nubes tiene reservada una butaca del Viejo Gasómetro para alentar a su San Lorenzo. Otras, de hecho, prefiere ajustar algunas cuentas con el referí Gallardo Pérez que se escapó de uno de sus cuentos. Porque como al Gordo le costaba hablar de sí mismo, prefirió que su pluma negra se encargara de describirlo.
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