Gustavo Walter: “Luego de un día de fiesta, viene uno cargado de dolor”

Gustavo Walter tiene 57 años. Como la mayoría de los pibes que fueron encargados para la misión militar en las Islas Malvinas, tenía 18 cuando entro a la conscripción. “Me acuerdo patente la fecha: 1° de abril de 1981”. Aquel fue un año complicado para San Lorenzo también: “veníamos de perder la cancha y nos fuimos al descenso”, recuerda.

El joven Walter partió a Puerto Belgrano ese día de abril del ‘81. Se despidió de su familia y se marchó con otros 69 compañeros que conformaban el Batallón N° 1 de Infantería Marina de Artilleros, y con la infaltable radio spica. “Lo sigo a San Lorenzo, desde que nací, no me iba a olvidar”, dice Gustavo, que además nunca pensó en la idea de que “iba a haber un conflicto bélico”.

El descenso y la primera parte del Campeonato de la Primera B lo escuchó desde el sur de la Provincia de Buenos Aires. “Fue raro”, se pone a pensar. “Descendimos, pero vino una de las mejores campañas de la historia de San Lorenzo, y batimos récord de recaudaciones”, relata mientras se le escapa alguna risa.

“Ya en Malvinas fue imposible escucharlo y las noticias no nos llegaban así que ni siquiera sabía cómo seguía todo para el Ciclón. De cualquier manera en San Lorenzo quedó un poco postergado porque en esos días solo podía pensar en mi familia. Además hubo un parate por el Mundial del 82, y para ese entonces yo ya había vuelto a Pilar”, recuerda.

Para Walter, por suerte, la Guerra fue la gota que rebalsó el vaso para la dictadura, que los hizo volver de las Islas por la puerta de atrás. En Malvinas, cuando logró dimensionar lo que estaba viviendo, llegó a creer que no volvería a ver a su familia. Se aferró a un rosario que les entregaban y aprendí a rezar. Claro, el nombre de la operación militar que tuvo que representar fue Rosario. “Todavía lo conservo, se lo di a mi hermana cuando llegué porque ella era todo para mí y quería que lo tuviera. Lo llevamos a la cancha alguna vez”, confiesa Gustavo.

Walter, de sólo 19 años, volvió de Malvinas el 20 de junio de 1982. Había estado dos meses y recuerda lo doloroso que fue tener que entrar por la puerta de atrás. En combate perdió a dos compañeros y por eso se emociona cuando le toca esta parte. “Hoy (por ayer) estaba festejando el cumpleaños de San Lorenzo con toda mi familia, y me enteré que uno de los que estuvo conmigo en la Guerra falleció de diabetes en Misiones. Por eso te digo, son fechas con sensaciones encontradas por la proximidad:

“Tenés un día de cumpleaños, de festejo y al día siguiente uno bastante doloroso porque hay caídos”.

Gustavo nunca volvió a Malvinas, aunque cree que le gustaría. “De cualquier manera, temo inundarme en un mar de lágrimas”, reconoce. Un silencio irrumpe la conversación. “Sabía que me iba a pasar”, se lo escucha con la voz quebrada. “Sería lindo volver”, manifiesta.

En noviembre del 82, San Lorenzo se consagra campeón de la Primera B Nacional luego de un triunfo ante El Provenir, dos fechas antes del final. “Fui a ese partido. San Lorenzo podía campeonar si al menos empataba. Después de un año tan feo, tengo grabado el gol de Insúa de penal porque es lo único que me dio un poco de alegría”.

En el ‘89 se murió su papá. Era joven, todavía no había cumplido 60 años. “Fue un golpe duro; con mi viejo conocí el Viejo Gasómetro. No íbamos mucho porque en esa época ir hasta Buenos Aires parecía una eternidad”. Don Walter falleció cuando San Lorenzo copaba cada cancha en la que hacía de local. “Aparte era un sanlorencista de las mejores épocas. Se cansó de hablarme de los Matadores”. Después vino todo lo oscuro, por eso “me hubiera gustado tenerlo para que viera que pudimos hacer otra cancha y que después de 20 años, volvimos a salir campeones” se lamenta Gustavo.

“Papá se puso muy triste cuando por radio nos enteramos que nos vendieron la cancha. Por eso, si me preguntás si prefiero campeonar o la cancha en Av. La Plata, yo quiero volver a jugar en Boedo, en el barrio que nos vio nacer, al que me llevaba mi viejo y del que me siento parte”. Que así sea.