En la final, nos pintaron la cara de color Granate

En una pobre actuación y superado en cada sector de la cancha, San Lorenzo cayó 4 a 0 con Lanús en la final del Torneo Transición. Más allá de la derrota, el conjunto de Pablo Guede ya se había asegurado su participación en la Libertadores 2017 por consagrarse como ganador de su grupo. Oscar Benítez, Miguel Almirón, José Sand y Lautaro Acosta, el póker de goles del Granate.

Es lo que hay, cuervos, no hay con qué darle. Podemos buscarle la vuelta al asunto, pensar en cambiar el esquema, eventualmente de nombres pero a la larga el resultado hubiera sido el mismo. Lanús goleó a San Lorenzo, con absoluta justicia y se consagró campeón del Torneo Transición.

El Ciclón careció de dos elementos fundamentales: actitud y aptitud. A los de Guede les faltó actitud a la hora de jugar el encuentro definitorio y lo pagó demasiado caro. Debía dejar la vida en cada pelota ante un equipo aceitado y, en su lugar, maximizó los errores al punto de transformarlos en horrores. Impreciso, dubitativo e ingenuo, San Lorenzo deambuló por el Monumental y el Grana le pintó la cara. Y lo goleó.

El elenco azulgrana tampoco tuvo aptitud, pero eso forma parte de un combo relacionado con vida útil de un plantel cuya fecha de vencimiento le llegó desde hace tiempo. No quiero hacer leña de un bosque caído, árbol es poco, pero hay jugadores que ya se hace insostenible su presencia en la plantilla, aunque nos cueste aceptarlo. San Lorenzo es un equipo viejo, aceptémoslo. Y ante un rival como Lanús lo pagó carísimo. Ellos también tienen jugadores que superan los 30 abriles: Maxi Velázquez, Román Martínez y “Pepe” Sand, por si acaso. Pero compensa esta columna vertebral “longeva” con la entrega y el sacrificio del resto de sus compañeros. El Ciclón es la antítesis: un plantel cuyo promedio ronda los 30 años de promedio, donde los juveniles tienen poco y nada de cabida. Y esto, en parte, se debe a que nadie quiso hacerse cargo de ponerle el cascabel al gato tras la obtención de la Copa Libertadores. El máximo logro internacional en la historia del club marcó un antes y un después en la vida de la institución, para bien y para mal.

Lanús se quedó con el título de manera merecida. Ganó su grupo de manera prematura y hasta se dio el lujo de reservar habituales titulares en la última fecha. En cambio, San Lorenzo se quedó con la Zona 1, cortando clavos y con la oreja puesta en lo que ocurría en San Juan. No quiero desmerecer ni al Ciclón ni al conjunto del Sur. Debo admitir que no hubo equivalencias entre uno y otro. El Grana salió a ganarlo desde el vamos y al minuto ya pudo abrir el marcador. Su rival, tardó media hora hasta que Cerutti probó a Monetti en la primera llegada clara de los de Guede.

El once de Almirón encontró por la derecha el andarivel ideal para generar peligro y desde allí construyó una holgada victoria. San Lorenzo nunca pudo hacerle frente y cuando fue al golpe por golpe, debió sacarla desde adentro del arco. Desde los incesantes desbordes de Velázquez sumados a los de Miguel Almirón y Junior Benítez, el Grana se hizo un festín y lo ganó sin sobresaltos.

Más de uno le atribuirá al DT la absoluta responsabilidad de la derrota. No comprenderá por qué Guede no puso en cancha al “Pipi” Romagnoli, ¿cómo si el máximo ganador de la historia del club pudiera haber revertido el curso de un partido que ya estaba liquidado? Volverán a criticarle la presencia de Franco Mussis o el tardío ingreso de Pablo Barrientos en su lugar. Lo cierto es que más allá de los cambios, la final era cosa juzgada. A excepción de Ortigoza, San Lorenzo no tiene más de lo que puso en cancha en Núñez, no le busquemos la vuelta. La realidad golpeó la puerta y habrá que recoger el guante y no tomarlo como un dato menor. Por eso insisto, cuervo: “es lo que hay”. Hasta acá se llegó, y no fue poco…