El ayudante de Dabove que estuvo a punto de jugar en San Lorenzo

La primera vez que Walter Ribonetto recorrió los 400 y pico de kilómetros que separan a Corral de Bustos (Córdoba) de Buenos Aires fue para soñar a lo grande. Recién había cumplido los 24 y, dos años antes, la vida ya se había encargado de propinarle un par de golpes. No pensaba en el fútbol más que como un hobby desde que su papá Roberto, albañil de oficio, falleció. No se animó ni siquiera en 1996 cuando Gerardo Martino le sugirió subirse al micro y golpear la puerta de Brown de Arrecifes. “Falleció mi viejo hace poco y no tengo ganas”, respondió Tino. El Tata insistió: “Te vamos a buscar a la ruta. Vas a vivir del fútbol. Hacé el esfuerzo ese”. Nadie logró convencerlo.

A la semana siguiente, el teléfono volvió a sonar en la cerealera donde trabajaba, pero no hubo forma de que cambiara de opinión. Recién dos años más tarde, en 1998, se animó a preparar el bolso e imaginarse las hazañas que podía llegar a protagonizar en una cancha. Así fue como se embarcó en una unidad de Monticas y viajó durante horas hasta llegar a Buenos Aires, donde Jorge Castelli lo esperaba para ponerlo a prueba y evaluar si estaba listo para jugar en San Lorenzo. Y, en aquel amistoso frente a Huracán, alcanzó a impresionar al DT, que rápidamente lo tentó para calzarse la azulgrana.

Ribonetto, quien empezó jugando como volante central y luego se consolidó en la defensa, debía prepararse físicamente en el predio de Armenio, que era filial del CASLA. “Me bajé en la Panamericana y caminé unas 50 cuadras con el bolsito a pesar de los millones de peligros que había. A la vuelta, otro tanto para volver a tomarme el colectivo”, recordó en Argentinos Radio. Las distancias lo desmotivaban y la ansiedad llenaba de cuestionamientos su conciencia. “¿Cuánto ganan acá?”, le preguntó a uno de sus compañeros durante la práctica. La respuesta lo desconcertó: “Y, 500 pesos más o menos… Si es que lo cobramos”.

“Me pego la vuelta”, fue lo primero en lo que pensó Tino. El trabajo en la cerealera lo ayudaba a cerrar las cuentas y el fútbol sólo le dejaba interrogantes. Se conformó entonces con los partidos en Independiente de Chañar Ladeado, en la liga de Santa Fe. Y así siguió hasta que, durante un clásico frente a Chañarense en la final, el Cai Aimar le propuso ir a Lanús. “Había dado en San Lorenzo y también en Brown de Arrecifes, pero no fui. Todo por no arriesgar, por no pensar que podía estar mejor. Después se dio”, analizó Tino.

Su debut en Primera División llegó a sus 27 en el Granate. Dos años más tarde, Diego Dabove lo conoció durante un interinato y, si bien la carrera de Ribonetto apenas empezaba, el destino los volvió a unir un buen tiempo después: integró su cuerpo técnico en Godoy Cruz, fue su ayudante de campo en Argentinos Juniors y estará sentado en el banco junto a él cuando dirija el primer partido de San Lorenzo, que pudo haber sido su primer club como jugador. Son las vueltas de la vida.