Como siempre, todo se reduce a la nada misma

Se esperaba una mañana compleja en el Sur, quizá resultó exagerada en vista de lo que sucedió realmente tras la excursión a Banfield. Aunque en la semana San Lorenzo avanzó a cuartos de la Copa Argentina, las cenizas a las cuales se redujo la triple competencia (eliminados en Sudamericana y a más de diez puntos del lote de los de arriba en la Superliga) parecen tener gusto a poco en relación a lo que el equipo demuestra en cancha y donde su entrenador parece estar cada vez más sostenido por alfileres.

Sería injusto en caerle al Pampa Biaggio, no es el único responsable aunque tiene su cuota parte en el asunto. Desde la conformación de la lista de convocados hasta la integración del once de arranque hasta las posteriores modificaciones, pasando por la inexiste idea de juego, San Lorenzo es un cúmulo de ganas que se limita a ver qué deparará la suerte, una especie de Ruleta Rusa, jornada tras jornada.

Desde la pobre presencia de sus laterales Víctor Salazar y Gabriel Rojas, agradecidos de la generosidad del fútbol para con ellos, al igual que Franco Moyano y Bautista Merlini, el DT del Ciclón prueba y prueba, más por manotazos de ahogados que por convicción en sí misma. Y así ocurre lo esperado, cualquier rival se le anima a San Lorenzo, y cuando tiene las chances lo golpea y lo derriba.

San Lorenzo deambula de un 4-2-3-1 y ante la necesidad muta a un 4-3-3 casi sin sonrojarse, es cierto, pero casi siempre lo hace contrarreloj, y sin lograr resultados esperables en la mayoría de los casos. Eso es porque carece de intérpretes y porque desde el banco no llegan recursos para revertir situaciones adversas. Ni siquiera cambiar la ecuación las interesantes apariciones de Nico Reniero o del pibe Adolfo Gaich, como tampoco los esperados regresos de Franco Mussis y Fernando Belluschi. Es más de lo mismo, es fracaso previsible.

Banfield fue más que San Lorenzo, no descubro nada. Tiene un DT experimentado y consagrado como Julio Falcioni, nada menos. El Emperador leyó el juego en la semana y aprovechó las falencias que sabía que iba a encontrar. Y el Ciclón -junto a su entrenador-colaboraron para que ese trámite sea más fácil. Porque Gabriel Rojas cerró como no se debe en el primer gol, mientras Salazar fue un espectador de lujo para la definición de Dátolo, y porque en el segundo todos durmieron ante un centro donde Cvitanich definió a voluntad tras un rechazo de Nico Navarro. Pero en el mientras tanto, el equipo azulgrana fue la matriz de siempre, donde no lo salva ni la fortuna ni sus individualidades, es decir cuando todo se reduce a la nada misma…